viernes, 9 de octubre de 2009

Las tres vidas de Frédéric.

Lo recuerdo perfectamente, estaba durmiendo cuando le coloqué lentamente una bolsa de plástico reforzado cubriendo su cuerpo, se molestaba de tanto en tanto pero no era más que un gruñido opacado por su respiración. Al cubrir el cuello -todavía me vienen los nervios- supe que al momento comenzaría a reaccionar entre los sueños, quería, hacía fuerza para que imagine un malvado dragón atacándola, aunque la realidad apuntaba a su marido. Lo cierto es que le tapé la cabeza en un segundo y no opuso resistencia, no hasta los dos minutos posteriores, cuando el aire comenzó a escasearle. Lo había ensayado no menos de quince veces durante las siestas de octubre, ella no volvía a casa hasta las once y media de la noche, no voy a negar que fue duro en el primer intento, si bien era un ensayo, fue el verdadero asesinato, allí murió mi humanidad, un martes de octubre. Al cabo de tres minutos comencé a chupar el aire con la jeringa de la primera prueba, fue traumático el tacto inicial, no obstante el sabor de la victoria deshizo la emoción independiente, calmado, respirando mi aire con calma quité la manta y la sábana azul que habíamos elegido hacía seis meses en un centro comercial. Envasada al vacío me detuve a observarla al detalle, encendí la luz, y la recorrí milímetro por milímetro, el plástico daba la sensación de aplastamiento con un leve aumento, el sudor había empañado bastante la superficie interior pero podía leer su cuerpo como nunca antes lo había hecho. Fui al ordenador, quizás en un gesto macabro por establecer un precedente temporal escribí un correo electrónico a su amante virtual que yo mismo había creado dos años atrás. Naturalmente con su cuenta de toda la vida, sabía a la perfección las tres claves que alternaba por seguridad, de hecho, fue así cómo descubrí un día que me había sido infiel, todavía puedo recobrar el estupor, fue la mañana de un martes de junio, me mecánica se averió, tarde tanto en reaccionar que la furia se transformó en placer, por momentos en odio. La coartada era perfecta, no tenía testigos, no había muerte anunciada, su vida virtualmente continuaba, controlaba todo su entorno social y la conocía muy bien, fue un sueño hecho realidad, pude adoptar su forma. Pedía todo lo que consumía por el ordenador, no salía a la calle por nada del mundo, era ama de casa y no tenía vida social más que desde donde yo mismo la mantenía aún más enérgica que antes. Fueron dos semanas gloriosas, pude hilar tan fino con su familia que los sometí a una comunicación instantánea por mensajero sin la necesidad de utilizar la voz, confieso que vestía como ella, ¿amigos?, nada, nada, estábamos en París, yo era el que se esforzaba día a día con la empresa, el trabajo lo tenía atado desde el teléfono derivado de mi oficina, tenía controlado remotamente el interruptor de la luz, el altoparlante y un batallón de otros elementos. Mis empleados veían mi oficina desde las máquinas como el banco de un Dios, nadie llegaba allí más que yo, y no precisamente por una escalera de libre uso, la entrada estaba restringida a la totalidad de la empresa, solamente yo subía tras una combinación de puertas internas hasta aquél búnker de control. Las cámaras evidenciaban ciertos comportamientos indebidos que eran informados automáticamente a las líneas bajas de mi mando, por el altavoz más de una vez di largas charlas sobre las normas, hasta llegué a echar a un empleado por holgazán, aunque ahora dudo sí realmente lo era. Si digo que fue perfecto, tiene su fundamento, pero la capa de la perfección se puede mantener estirada en medio del temporal durante un instante. Una mañana de lluvias torrenciales, apagones y cortes de luz, comprendí, que ella debía tener una noble sepultura, me prometí que sería la última noche juntos en la cama, pude disfrutar de tu existencia espacial gracias a que no olía. Abrí el baúl negro de piel que ella misma eligió una tarde radiante en un puesto de carretera, sí la siento conmigo, me abrazó caliente por el sol y me dijo que me amaba, que ese baúl era un sueño para ella, también recuerdo haberla oído decirle al vendedor que tras una discusión no tendría problemas en dormir allí, suenan las carcajadas, se apagan. Tuve la suerte de utilizar nuestro ascensor de carga interno, cabía perfectamente, al subirlo a la furgoneta me desmayé de nervios. Todavía tengo la cicatriz en mi cabeza y codos, fue un leve castigo divino o propio, no lo sé, estuve tirado en el suelo del garage unas seis horas, podía escuchar las llamadas de la empresa, en ese lapso de tiempo navegué mi mente naufragando por momentos sin descubrir unas orillas amigables. Perdí sangre, pero me recuperé, el llanto limpió mi alma, mis pensamientos e inundó todos los recuerdos destruyéndolos, anidándolo todo en un punto lejano de mi consciente -o eso era lo que creía- Me corrían prisas por deshacerme del cuerpo, aún teniendo planeado minuto a minuto cada reacción y acción, me sumí en un caos que no tenía previsto ni en los peores planteamientos. Aceleré en la carretera en dirección a un pueblo que no voy a nombrar, corté parte de la corteza de un árbol de gran tamaño e hice un hueco del tamaño del cuerpo, dicha tarea me fue fácil con la herramienta que tenía, aunque fueron horas y por demás trabajoso, pude colocarla en medio del tronco y rellenar con un material que no voy a decir todo el interior de la inmensa extensión vegetal. Me olvidaba, pegué la corteza con otro material y marché sin mirar atrás, al cabo de sesenta pasos ya no sabía cual de todos era el santuario de mi mujer, respiré aliviado al depositar el cuerpo en la naturaleza, lo sentí como un acto de bondad, devolverla al lugar de donde surgió su amor por el mundo, justo antes de enloquecer por ese joven activista. Volví a mis tareas telemáticas durante unos meses hasta que denuncié su desaparición, sabía que lo primero que harían sería revisar mi vida y tuve atado cada uno de los pasos, no había manera de encontrar huecos, fracturas, grietas que se dilaten para delatarme. La dirección IP de mi ordenador era dinámica, hasta el mismo de día de la llamada, cuando decidí dejar de utilizar el aparato, eso marcaba una situación particular, trazaba un punto en un mapa verdadero, a unas manzanas de su amado activista, por cierto, también desaparecido. Creo en el crimen perfecto, no pueden, incluso hoy, a dieciocho años de mi primer confesión, descubrir realmente qué fue lo que sucedió aquella noche, día o mañana.

Hoy es un día de noviembre, la gente es agradable, he visto a una mujer igual a Jenny, por Dios, era su clon, hace unas horas la dejé en su casa, sus padres comienzan a quererme, me ven algo mayor, pero el dinero hace el silencio, ¿verdad?