jueves, 29 de octubre de 2009

La mirada.

La mujer estaba sudando, molesta, le titilaba el ojo, sus dedos temblaban y chasqueaban a la vez, el autobús estaba repleto, no dejaba de pensar en tres palabras, por momentos buscaba tranquilidad en la observación del entorno exterior y en movimiento. Ella en cambio leía un libro de Joyce, ese que nadie suele terminar pero que lo luce con el orgullo de madre. Lo cierto es que no entendía muy bien la página que leía, algo la perturbaba, solía sucederle, momentos de reflexión que sobornaban a su paciencia empañando la lectura y nublando los procesos. La distancia entre una y otra era de un metro, algo más quizás, en el espacio estaban de pie y molestos, unos diez viajantes frustrados por la crisis global y las discusiones con el banco hacían de muro agrietado por el movimiento. La mujer encontraba en el movimiento la posibilidad de seguir comprobando que ella seguía allí, mientras sudaba aún más, chasqueando y sumando tics nerviosos. El tiempo era una condición molesta, propia de un trayecto que está destinado, el propósito era descender de aquél vehículo en cinco minutos, unos largos cinco minutos de vida, en los cuales podía donar un desvío para desvincular a la muerte de su trabajo habitual. Ella continuaba leyendo sin leer, reflexionando sobre las miradas penetrantes de los ocupantes, creía que era posible dialogar e interactuar con aquellos seres sin decir palabra alguna, al final era un desarrollo cognitivo propio de la evolución, de esa primera pero no última evolución del lenguaje corporal. Limpió su sudor molesta, soltó algunas palabras indescifrables, apuntó otras en un cuaderno rojo y azul, agitó sus pies y piernas en una búsqueda por encontrar la quietud y suspiró tan fuerte que se reencontró con la vergüenza que solía tener de niña cuando la miraban fijamente. Mientras leía sin leer se detuvo en un sonido, un agudo y penetrante chirriar de la goma con el pavimento, instantáneamente el frenazo del autobús recreó el efecto del principio fundamental de la inercia.

-¿Qué ha pasado?_ preguntó asustada a su joven acompañante.
-Creo que ha habido un accidente delante, espera que miro por aquí._sacó su cabeza por la ventana y comprobó el supuesto.-Sí, es un accidente, no sé cómo ha sido, pero ha sido gordo, muy gordo.
-Me ha dado un tirón en el cuello, ¿tú, estás bien?
-Sí señora, no se preocupe, lo están pasando mucho peor allí fuera.
-Qué razón tienes, podría haber sido una catástrofe, ¿qué ves?
-El tren, el tren... ha descarrilado y ha dado contra un camión y otro autobús.
-¡No, no puede ser!, por favor, qué vida esta, oh, pobre gente, y nosotros aquí, ilesos, viviendo.
-Es la vida señora, a veces no hay más que suerte, esto va a ser para largo, seguro ya vienen los de la tele.
-Esos no se pierden nada._cerró el libro sin leer de Joyce y cruzó sus brazos cerrando los ojos, su alma estaba encima de ella, preguntándose si debía volver al cuerpo o partir a otro.
-Perdone._la voz le sonó algo familiar, podía ser una prima lejana que volvía de la muerte, o una amiga que le perdonaba sus tonterías pasadas.
-¿Sí?_los nervios habían cubierto la realidad de blanco lechoso, recordó la ceguera urbana de Saramago.
-Perdone que me acerque a hablarle directamente, y más en un momento así, es que llevo tiempo intentando decirle algo pero no me animo, creo que ésta es la señal.
-¿De qué habla?, perdone usted pero, ¿quién es?
-Mi nombre es Delia Alonso, no importa qué hago, lo único que debo decirle es que algo muy importante va a suceder y tiene que escucharme con total atención.
-¿Qué dice?, no la conozco, se confunde de persona.
-No, ¡no!, míreme, soy profesional en lo que hago, y usted tiene que escucharme atentamente, la vida es un pincelada mal dada sobre una pared de sal, tiene que oírme.
-Pero.
-Tiene que prevenir una enfermedad que se está manifestando en su cuerpo, tiene los síntomas característicos y no puedo evitar decírselo, aquí tiene mis apuntes, vaya a la clínica de la esperanza en la calle Del pozo 457, pregunte por el doctor Lopez Águeda. Tiene poco tiempo, luego es irreversible._dio la vuelta, y entre el tumulto de gente escapó de aquél infierno. La lectora abrió la nota y se quedó inmóvil, miró a su alrededor para ver si era cierto lo que había sucedido, el estupor junto a la preocupación se adueñaron de su mente.
-Señora, es momento de salir, ¿tiene miedo?, tranquila, ya están los bomberos y las ambulancias, no parece tener nada, si quiere la acompaño a revisarse.
-No, no es eso pequeño, es... la vida, es que una mujer...
-¿Qué mujer, señora?
-La mujer, se le movían los músculos solos, involuntariamente, sudaba y su olor era penetrante.
-Perdone señora, es que he estado mirando fuera, es increíble.
-Sí, pequeño, esto es increíble._dobló el papel, bajó del autobús sin mirar lo que acontecía, entre sirenas y cámaras con micrófonos detuvo a un taxi y se dirigió a lo que sería su salvación dos meses después.