viernes, 19 de junio de 2009

3 Kilómetros.

-¡Ahora vuelvo chicos!, ¡voy a buscar ayuda, no hagan nada!_ gritó desesperado y echó a correr mirando sus pies, no podía mirar de frente el camino, actuaba de memoria, el pueblo estaba al menos a unos tres kilómetros, tenía los minutos contados, era su primera vez para todo, pero no para nadar, no había querido aprender. Las piedras lastimaban sus plantas de los pies en cada error, aunque su atención estaba centrada en el recorrido, le fue inevitable evadir esas lastimaduras que recordaría por el resto de su vida. Pensó en sus miradas, en las sonrisas anteriores, en lo que le dirían sus padres, en el castigo que les pondrían al terminar. Lloraba mientras corría, sus lágrimas le daban frío en sus cienes, alguna se coló hasta la oreja, pero no se detuvo, no pasaba ningún coche, gritaba por si alguien le oía mientras lo hacía. Ninguna casa encendió una luz a su paso, nadie se enteró de sus gritos, pese a los obstáculos, el cansancio y las lastimaduras Ergoitz siguió sin pensárselo, era de los fuertes, podía con eso, aunque no con los sermones de los adultos, odiaba que le pongan en evidencia delante de sus hermanos. Gritaba con sus brazos hacia atrás para aliviar la presión del pecho, sudaba en demasía, sus nervios causaban calor sumado a la consecuencia lógica del esfuerzo físico.- ¡Ayuda!, ¡mis amigos están mal!, ¡necesitamos ayuda por favor!_ se detuvo en una casa oscura y con una huerta enorme, gritó porque había un coche aparcado.-¿No hay nadie en ésta casa?, ¡necesitamos ayuda!, ¡por favor!, ¡por favor!, mis amigos están..._ no tenía voz ni aire, sus pies latían ardiendo, los miró asombrado pero no pensó en qué era realmente el dolor, quería correr y correr, necesitaba el abrazo de alguien que lo devuelva a casa, se sentía perdido en el camino a casa. Al cruzar la carretera una furgoneta tocó el claxon y lo esquivó sin detenerse, le gritó, hizo señas y nada provocó que ese hombre imprudente se detenga a escuchar su historia. Derrotado por sus pensamientos, nervios y cansancio físico el niño llegó al portal, se detuvo, no quería tocar el timbre, estaba a punto de arrepentirse. 
-¡Ergoitz!, ¿qué sucede?, ¿por qué corres así?, ¿y tus amigos?, Ergoitz, ¿qué sucede?, ¿dónde coño están Beñat y Andoni?, ¿¡dónde están Ergoitz!?, ¡habla!, Ainoa, si aquí está, baja a hablar con el niño que no quiere decir nada, ¡lo único qué hace es llorar!, mierda de maricón criamos._ su madre bajó al de dos minutos, desesperada por su corazonada lo abraza, mira sus pies y las manchas de sangre en la acera. 
-¿Qué tienes mi amor?, ¿qué han hecho?, dime ya donde están, tenemos que hacer algo, ¿los han secuestrado?, ¿se perdieron?, ¿quemaron algo?, dime hijo, pronto vendrá la policía y ellos no son como nosotros. Mi amor, ¡habla!_ el niño no dijo nada, no tardó en llegar la policía, en unos minutos estaba rodeado de gente desconocida, por las ventanas todos miraban y murmuraban, pensó en todas las luces encendidas que había y se preguntó por qué no se habían encendido para ayudarle en el camino. 
-Hola pequeño, tienes que decirme lo que ha pasado, ¿cómo te llamas?_ lo lleva de la mano hasta la furgoneta, llegan más patrulleros y algunos coches privados, la policía autónoma acordona las inmediaciones, el estado de la gente es de alarma, algunos gritan en euskera, ¡cipayos!, otros se enfrentan a las voces con gritos de repulsa, la tensión se vuelve más densa, por la mañana habían asesinado a un inspector con una bomba en su coche.
-Mi nombre es Ergoitz... mis amigos... mis... soy Ergoitz, me dijeron que iban a aguantar la respiración y salieron, tengo miedo, quiero irme a casa._ echó a llorar en los brazos del oficial.
-¿Dónde están Ergoitz?, ¿puedes guiarnos?_ el padre se acerca y con una seña del oficial alza al niño.
-Estábamos en el dique, junto a la represa, donde fuimos hace unos días._ le dijo el niño a su padre al oído.
-Sé donde es, tú te quedas con tu madre, ¿estás seguro qué es allí?, ¡Ergoitz!, ¿es el del árbol encorvado?_ el niño asiente sin mirarle la cara, su madre lo alza y lo lleva al tumulto de mujeres en batas y pijamas.
-¿Por qué se quedaron hasta la noche mi amor?, está mal Ergoitz, muy mal, ahora que Dios diga lo que tenga que decir.
-Pero no es mi culpa, ellos han querido jugar a eso, a mi no me gusta, les he dicho que no lo hagan pero se rieron y no volvieron, ¿van a volver, mamá?_ dijo llorando con la mucosidad saliendo de su boca y nariz.
-No lo sé, espero que sí._ le susurró a los oídos y lo abrazó sintiendo la pena de saber la verdad, no había esperanzas para sus amigos.

Toda la noche un grupo de voluntarios se encargaron de buscar a los dos niños, sin ningún éxito. A la mañana siguiente rastrearon la zona buscando evidencias mientras que un buzo de la capital vizcaína se encargó de buscar debajo del agua, tarea que casi le costó la vida, las corrientes estaban gobernadas por túneles naturales a varias direcciones. Los padres sabían que no había esperanzas, la ciudad se vistió de luto, mientras que dos nuevos buzos corrieron la misma suerte que el primero, llamaron a medios de comunicación y se presentó ante la audiencia nacional el caso, un experto de la policía de Madrid se presentó  gracias a la nota periodística en la mañana del cuarto día. La histeria era dueña del barrio, las lágrimas brotaban de las flores y los jardines descuidados, el duelo y el silencio era abrumador, estaban expectantes de poder velar sus cuerpos y al menos despedirlos. La tarde del quinto día hubo noticias.

-He dado con los niños, los hemos podido sacar del agua, no puedo quitarme sus rostros de mis ojos, creo que de un momento a otro se vieron debajo del agua y sin poder salir, la corriente no es fuerte pero el túnel desorienta... creo que sintieron estar apresados, y uno pensó que el otro iba a salvarlo, no me lo explico, es muy triste... sus caras estaban... los he encontrado juntos, en el mismo túnel y abrazados, es imposible separarlos, sus cuerpos están unidos con una última fuerza que me corta la respiración ahora mismo... lo lamento, no puedo seguir hablando, lo lamento, con el alma, esos niños se unieron... es que... nunca olvidaré sus rostros.

La ciudad se llenó de lágrimas y flores, no hubo lluvia que aleje a toda esa gente triste, el abrazo fundió la desesperación en cada una de aquellas personas imprudentes que dejaban libres a sus niños ante el peligro.